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Mostrando entradas de abril, 2016

Células desmadre

En el auditorio principal de la Universidad de Ciencias Biológicas iba a brindar una conferencia el Dr. Manuel Pérez Lozando, catedrático distinguido de la Universidad de Madrid.   El doctor era un reconocido especialista e investigador en células madres. Profesionales, estudiantes y gente de a pie habían hecho reservas con mucha antelación para poder estar presente en la charla. El científico iba a desarrollar una exposición sobre dichas células como armas contra el envejecimiento. Seguramente él tenía la última información sobre el tema. Y un buen detalle era que tenía fama de ser sumamente didáctico y ameno, pese a tener que hablar sobre un tema tan complejo. Cuando llegó el día, la escalinata de la Facultad estaba repleta de personas ansiosas por ingresar. Abrieron las puertas del auditorio y todo el público se ubicó ordenadamente en sus mullidos asientos, la conferencia no iba a durar menos de 4 horas. Lentamente fueron bajando las luces y cuando solo il

El rengo y el gordo

Sentado en el sillón de cuerina gris una siesta de otoño, trataba de resolver un crucigrama, dos crucigramas, el crucigrama. Cinco años atrás había comenzado una carrera universitaria. Su vocación se encontraba entre esos viejos frascos marrones y azulinos, con sus hierbas, polvos y cáscaras. Quería ser farmacéutico, como el rengo de la otra cuadra pero feliz, porque tampoco es que le emocionará terminar bailoteando en el extremo de una soga. No, él quería ser como el gordo amigable que vino después, el que cuidaba de todo el vecindario, dando consejos para aliviar síntomas y poder eludir así a la guardia médica. Sus amigos lo siguieron en su elección. Un poco porque no tenían tan claro como él el camino a seguir y sobre todo porque ninguno de ellos quería separarse del grupo. La democracia estaba a la vuelta de la esquina y la Facultad era pura ebullición y eso lo entusiasmaba. Pero a poco de ingresar, la llama que llevaba consigo comenzó a parpadear. Ni la política efe

Los culpables

Leo por culpa de mi hermano, porque lo observaba abstraerse con sus libritos de aventuras y se olvidaba de jugar conmigo. En cuanto pude, le birlé uno de ellos y así leí mi primer libro grande, largo: Robinson Crusoe. Mis días ya fueron otros y mi vida fue muchas vidas. También mi papá tuvo su gran parte de culpa, cuando traía de la biblioteca del club, la que nadie visitaba, un cúmulo de libros sin ton ni son pero con los que él quería contribuir a nuestra formación. Con ocho, diez años, un día podía tener entre manos "El Discurso del Método", de Descartes, otro día "Memorias de Ultratumba", de Chateaubriand y otro "Crimen y Castigo", de Dostoievski. Claro que leía retazos porque tenía que esforzarme mucho pero sabía intuitivamente que en todos esos párrafos había algo mágico, aunque no interpretara bien qué.  El que sí leí completo y absorbí fue "La ciudad de los locos", de Souza Reilly. Y no una, sino muchas veces hasta que lo perdí. Es